about
El Ramonet se despierta como cada mañana, semienterrado entre los mullidos cojines de su acolchada cama estampada con motivos felinos. Abre primero un ojo, luego otro, bosteza, estira concienzudamente sus extremidades y se dirige a la cocina. La Cabra está preparándose un café, aún medio adormilada, con una toalla a modo de turbante recogiéndole el pelo, secándolo después de su ducha matutina.
El Ramonet entra en la cocina, maullando suavemente para hacer notar su silenciosa presencia. “¡Hola, Ramonet!”, dice la Cabra, sonriente. “Tienes comida en el plato”. Se dirige al plato, lleno del pienso de siempre. Pero no es lo que él está buscando. Se pone frente a la nevera y maúlla otra vez, tratando de hacerse entender. “Lo que quiero está dentro de la nevera, Cabra”, piensa. “Lo que quiero es el pernilet, y lo sabes muy bien”. Ella le observa, desconcertada, hasta que por fin comprende las intenciones de su gato. “Oh”, dice con un tono apagado. “Lo siento, Ramonet. No queda pernilet”.
“¿Qué?”, piensa el gato, incrédulo. “¿Ha dicho lo que me parece que ha dicho?”. Su ritmo cardíaco se acelera, su respiración se agita. “¿No queda pernilet?”. Su visión empieza a nublarse, y adquiere un tono rojizo. Se estira en el suelo para tratar de relajarse, notando que empieza a perder el sentido. “¿Ramonet? ¿Qué te ocurre?”, dice la Cabra, preocupada. “¿Estás bien?”. Al acercarse hacia él para socorrerlo, el Ramonet advierte su pie descalzo moviéndose tentadoramente a ras de suelo: con las uñas desenfundadas, salta hacia él, agarrándolo firmemente e hincándole los dientes. La Cabra retrocede, asustada y dolorida. “¡Ramonet! ¿Qué estás haciendo?”. Pero el Ramonet no atiende a razones, saltando con las garras por delante hacia su pantorrilla, plagado de intenciones letales. Ya nada importa, la existencia ha perdido su sentido.
No queda pernilet.
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